WATERTRADING.COM Cuento por Adán Salgado

 

             Ilustración Viridiana Pichardo Jiménez

WATERTRADING.COM

 Por Adán Salgado Andrade

Un nuevo envío de oro del bananero país Estados Unidos del Norte, le fue notificado a su cuantidora, una Orange 1100, lo más nuevo en tecnología cibernética cuántica.

Don Fortunato Reynolds estaba feliz. Tan sólo en ese día, había recibido más de cien kilogramos de ese metal que, junto con diamantes, era lo único que recibía para enviar cargamentos de agua.

Era cuando reflexionaba, gustoso, cómo uno de sus antepasados, Casimiro Reynolds, muy abusado, compró la última reserva de agua dulce del planeta, en lo que alguna vez fuera Canadá, y que ahora era sede de su empresa hídrica, única en el planeta, WATERTRADING.COM, la única que podía comerciar ese, cada vez, más escaso y demandado, primordial recurso.

No sólo Casimiro, hacía unos 200 años, había comprado todo Canadá y sus recursos hídricos, sino que, secretamente, con ayuda de un ingeniero químico, había envenenado todo el mar, con un compuesto que se seguía multiplicando, una vez en contacto con el agua salada. Nadie sabía porqué el mar, de repente, se tornó rojizo, toda la fauna marina, animal y vegetal, murió, y nadie, nunca más, fue capaz de tratar esa agua que deshacía, de inmediato, los intestinos de quien la ingería.

Muy bien, pensaba en ese momento Fortunato, pues gracias a esa oculta circunstancia, el negocio de venta de agua, creció, ya que al ser imposible que el agua del mar se tratara para hacerla bebible, en pocos meses, cuando todos los países del mundo agotaron sus reservas de agua dulce – siempre se cuestionaba Fortunato, el porqué le llamaban dulce, si, en realidad, no sabía a nada. Él, en particular, prefería su Coke, pues estar rodeado de tanta agua, hasta le producía náuseas –, acudieron a la naciente empresa, para adquirirla.

Como siempre, hubo intentos de invadirla, pero, previsor como era Casimiro, adquirió miles de las mejores armas nucleares existentes en el mercado negro, y se armó hasta los dientes. “No saben de lo que soy capaz si me invaden. Lanzaré todos mis misiles y no me importa que el mundo se haga cagada”, había leído esa frase Fortunato en los anales históricos de la empresa, en la que se refería la vida de Casimiro, el gran emprendedor, quien, a su vez, había adquirido su cuantiosa fortuna de producir oxígeno, el gas base de la vida, que casi se había terminado, por tanta contaminación ambiental. El buen Casimiro mandó construir gigantescos, cilíndricos, productores de oxígeno, de más de mil kilómetros de diámetro, cada uno de los diez  comprados – a la empresa que los fabricó, la mandó bombardear, para asegurarse de tener la exclusividad –, que, en pocos días, previo pago mundial de más de un millón de millones de dólares, produjeron, y seguían haciéndolo, el necesario oxígeno para que la vida en el planeta, prácticamente humanos, pues el 99.99% de plantas y animales, se habían extinguido, siguiera llevando su correspondiente cotidianeidad…

Con el pago que Casimiro recibió por sus productores de oxígeno, pudo financiar su siguiente gran negocio, acaparar lo que quedaba de agua dulce y envenenar irreversiblemente al mar…

 

¡Ah, cómo evocaba esa historia Fortunato!

Y la había contado a sus veinte hijos, quienes ya la habían contado a sus respectivos hijos…

Sí, sus más de cien nietos, acudían a la fiesta que hacía Fortunato, cada nuevo aniversario de la empresa. Para seguridad de toda su familia, hijos, nietos, primos… vivían dentro de los confines de WATERTRADING.COM, pues “afuera, m´hijos, no se puede confiar ni en su propia sombra”, les decía Fortunato, muy feliz de que toda su familia y sus descendientes, tuvieran un sitio seguro para vivir, dentro de su reino.

Un muro de cien metros de altura, de acero blindado de tres metros de espesor, electrificado, rodeaba los casi diez millones de kilómetros cuadrados de área que abarcaba, la correspondiente a la desaparecida Canadá…

Y fuertes guardias de su personal ejército, estaban colocados a cada cinco kilómetros de esa barrera, la que Fortunato llamaba La Afortunada Muralla, en su honor (la había rebautizado, pues el nombre anterior, la Muralla Casimiro, que su antepasado había elegido, era hasta motivo de burla, por tanto “pendejo” que escribía en las redes subsociales Casi Miro la Muralla)…

Así que era inexpugnable su territorio acuático, consideraba Fortunato, complacido de ver que otros diez kilogramos de oro, esta vez de la república suroriental francesa, se habían sumado a las compras de ese día.

Aunque lamentaba que no hubiera diamantes…

“A lo mejor mañana me caen”…

Controlaba, no sólo a su empresa, sino al mundo, manteniendo en la lista de clientes, a países estratégicos, como los que hacían armas, tan necesarias para proteger a su reinado.

Otros, los que hacían alimentos, los sostenía porque no podía él producir todo lo que se le antojaba en las tierras de WATERTRADING.COM. Cosas como nueces, pasas, pistaches y así, snacks, las importaba de la república californiana. Las tunas, que tanto le gustaban, tal vez porque algunos de sus antepasados fueron mexicanos, las importaba da la república tunera de Durango… y así…

Autos y toda clase de transportes civiles y militares se los encargaba a BMW Republik. Todo tipo de cuantidoras y  hologramunicación, las conseguía de Huawei Democratic Republic… y así por el estilo.

¡Ah, pero, eso sí, todos le debían de pagar con oro la compra de agua o, lo menos, con diamantes, nada de trueques!

“¿Para qué quiere tanto oro y tanto diamante, don Fortu, si usted es súper rico?”, le preguntaban los representantes comerciales de los países con quienes trataba. “¡Ah, pos para hacerme una estatua de oro y diamantes!”, respondía, sin falsas modestias. El proyecto, que ya le había encargado al mejor escultor del planeta, el señor Sebastián Trump, contemplaba una estatua de Fortunato, de cuerpo completo, de dos mil metros de altura, de oro, engarzada con diamantes “la más grande, jamás hecha”, había dicho Trump.

Y sería erigida en medio del agua, con tal de simbolizar el poder hídrico de Fortunato.

“¡Está muy chingón, míster Trump!”, exclamó el rico empresario, cuando el escultor le mostró el proyecto.

Fortunato, en cambio, todo lo pagaba con agua, la más importante e imprescindible commoditie mundial, vital para todo, pero, en especial, para vivir…

Se levantó de la silla de piel, obtenida de su ganado vacuno especial, hecha en su curtiduría exclusiva, por sus personalísimos ebanistas.

Caminó hacia el ventanal de su despacho, de curveado vidrio blindado de veinte centímetros de espesor, de diez metros de largo, por cinco de altura, para contemplar su reinado acuático, alimentado por el único manantial que todavía quedaba en el mundo – pues hasta con ése, lo adquirió Casimiro –, el cual daba hasta donde la vista podía alcanzar…

Se alcanzaba a ver la enorme hidroeléctrica Sinforosa, nombrada así en honor de su esposa. Ésta, se alimentada por el río Fortunato, de nuevo, nombrado en su honor, que cruzaba todo el reinado y que de allí, era bombeado a su punto de inicio, para que volviera a surcar su curso y a mover las turbinas que dotaban de toda la electricidad necesaria a WATERTRADING.COM.

“¡Ah, agua, agua, mi magnifica compañera y enriquecedora!”, reflexionó Fortunato.

La voz de Sinforosa, su abnegada esposa, se oyó por un altavoz, distrayéndolo de sus reflexiones, indicándole que la comida estaba lista:

-Fortu, tu tinga de tiburón y puré de hígado de ballenato, te esperan, mi vida…

¡Ah, sus platillos preferidos!

-Voy para allá, Sinfo – respondió, dando la media vuelta, para caminar hacia el descensor, que lo llevaría los quince pisos por debajo, en donde se hallaba el amplio comedor, en el que degustaría la comida de ese día, con sus veinte hijos y cien nietos…

 

 

II

 

Romualdo McDonald celebraba que, por fin, sus esfuerzos para descomponer en cadena a las moléculas de agua, habían dado resultado.

El desmoleculizador hídrico, había sido probado en un clandestino depósito de agua robada, que Romualdo había estado hurtando de aquí y de allá.

Al arrojar al agua ese artefacto del tamaño de un botón, esfuerzo de años y años de investigación, aquélla se descompuso en moléculas de oxígeno y, el doble, de las de hidrógeno.

Cuando Fortunato lo despidió de su laboratorio hídrico, Romualdo se prometió que, algún día, se vengaría.

Eso se debió a que no había aceptado que le cargara al agua que vendía WATERTRADING.COM, más aire, con tal que se viera más. “Entre más aire lleve, mejor”, le había dicho ese culero. Si, de por sí, ya la daba carísima, al equivalente a kilogramo de oro por metro cúbico, y que todavía le metiera aire, “son chingaderas”, pensaba el, en aquél entonces, joven Romualdo, quien a sus 25 años, ardía en ideales revolucionarios y de cambio en ese materialista, depredado planeta, resultado de la acción de personas como el mezquino de Fortunato.

“¡A chingar a su madre!”, le había gritado Fortunato, cuando el joven ingeniero hídrico le dijo que meterle aire al agua, “va contra mis principios, don Fortu”…

Así de indignamente lo despidió…

Y terminó cosechando nopales en la república tunera de Durango, parte de lo que, en el pasado, había sido la república mexicana…

Ni se casó, pues lo que ganaba, apenas si le alcanzaba para adquirir su ración semanal de agua, nopales, tortillas y cucarachas disecadas, su básica alimentación…

Pero su espíritu científico y, sobre todo, de venganza, lo llevaron a, concienzudamente, inventar ese desmoleculizador hídrico que, esperaba Romualdo, pudiera acabar con el reinado acuático del “hijo de su puta madre” de Fortunato Reynolds.

Su plan era trasladarse en un viejo auto volador, que había adquirido con los ahorros de varios años, al que había cambiado motor, para que aguantara el viaje hasta los confines de WATERTRADINGS.COM.

De allí, acoplaría su desmoleculizador a su moscardrón, que también había inventado, usando lo último en miniaturización.

Nadie detectaría a ese dron, camuflado como moscardón, operado por Romualdo a control remoto.

Una vez al centro del área acuática, soltaría Romualdo el desmoleculizador y… ¡ya se vería qué tan buen ingeniero hídrico era o si, realmente, se debía de ir a chingar a su madre, como le había dicho el culero ese!…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

III

 

Tras haber viajado más de dos mil kilómetros en ese viejo auto volador KIA, Romualdo, ubicado tras un pedregoso, polvoriento cerro, había lanzado hacía más de dos horas su moscardrón, el que volaba a 300 metros de altura… sin haber sido detectado por los soldados de Fortunato, afortunadamente…

Ya estaba en posición, en el preciso centroide del área acuática…

Romualdo apretó el botón detach, del control remoto, en forma de tuna, para disimular, “por si las dudas de que me agarraran”, el moscardrón abrió sus patas, y el desmoleculizador fue cayendo…

Pero no contaba Romualdo con el fuerte viento que lo desvió…

¡Y cayó, pero en tierra firme, cerca de donde un soldado patrullaba, con uniforme verde obscuro y el emblema de WATERTRADING.COM, en forma de gota de agua, con las letras de la compañía bordeándola…

Cayó a sus pies.

La microcámara del dispositivo estaba transmitiendo, en vivo, el dramático momento…

El soldado, de duranguenses rasgos, se detuvo. Se agachó para recogerlo y examinarlo.

Sí, se veía como un botón, forma que, también, convenientemente, le había dado Romualdo, “por si las moscas”…

Lo estuvo examinando varios segundos:

-Es un puto botón – murmuró, decepcionado de que no hubiera sido algo valioso, como un diamante o algo así, con tal de que pudiera comprarle al patrón algo más de agua para esa semana, pues los tenía, literalmente, muertos de sed, con el miserable sueldo que les pagaba. Pero, ni hablar, tenían que aceptar ese salario de sed, pues encontrar trabajo “está muy cabrón”…

Lo arrojó, con desdén, lo más lejos que pudo…

Romualdo respiró aliviado…

Mas temía que, al no haber caído en el centroide de la masa acuosa, no funcionara debidamente…

No le quedaba más que esperar… ¡y encomendarse a Ometeotl, el todo cósmico!...

 

Por la cámara del moscardrón, un par de horas más tarde, que a Romualdo se le hicieron eternas, percibió, claramente, como el agua comenzaba a desaparecer y, en su lugar, masas gaseosas quedaban, una, azulada, el hidrógeno, y otra, blancuzca, el oxígeno…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

IV

 

-¡PUTA MADRE! – gritó Fortunato, mientras todos los medidores en la larga cuantidora del Centro de Control, indicaban una total descompresión de corrientes, tuberías, bombas… o, sea, el agua había desaparecido por completo, y sólo aire era lo que quedaba…

Y el equipo estaba funcionando con generadores de hidrógeno, de emergencia…

¡Se arrancaba los pelos Fortunato, atónito ante el total colapso de su reinado acuático!

-¡HAGAN ALGO, CABRONES INÚTILES, PARA QUÉ CHINGADA MADRE LES PAGO! – exigía a todos los técnicos del Centro del Control…

Pero nadie podía hacer nada, pues, para comenzar, no comprendían porqué tanta agua, literalmente, se estaba esfumando…

-¡Ya me cargó la chingada! – se lamentó Fortunato, amargamente, chillando de coraje y de tristeza…

Y así fue, pues el hidrógeno resultante de la desmoleculización del agua, fue diseminándose y furtivamente, poco a poco, fue llegando a los generadores, que funcionaban con ese gas…

 

La explosión resultante fue equivalente a varias bombas de hidrógeno…

 

Y no quedó allí, pues alcanzó a los miles de misiles nucleares que Casimiro, su previsor antepasado, había dispuesto para defenderse de cualquier intento de invasión extranjera…

 

Se cumplió su amenaza de que el mundo se haría cagada…

 

 

V

 

¡No, eso fue totalmente inesperado para Romualdo, el súper estallido de hidrógeno que lo pulverizó!…

Se convenció, en la fracción de segundo en que aún pudo reflexionar, antes de morir, que era, después de todo, un mal ingeniero hídrico, pues su vengativo comportamiento, lo cegó, impidiéndole anticipar la demoledora destrucción que su impulsivo actuar ocasionó…

¡No sólo había hecho cagada al reinado acuático de Fortunato, sino a todo el planeta!…

 

FIN

 

Tenochtitlan, a 2 de enero de 2021

(de la colección: cuentos de una sentada)

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