TRABAJADORA SEXUAL...Cuento por Adán Salgado

               Ilustración: Viridiana Pichardo Jiménez

 

TRABAJADORA SEXUAL

 Por Adán Salgado Andrade

Claudia, muy nerviosa, esperaba “cliente”.

Sólo la gran desesperación de conseguir algo de dinero para que comieran sus dos hijos, Juan, de dos años y Lucía, de cuatro, de distintos padres, llevó a la madre soltera a atreverse a vender su cuerpo.

Eso le dijo su comadre Sofía, madrina de bautizo de Lucía, para que se animara. “No, comadre, no está mal, porque vendes tu cuerpo, no tu amor… ése, no se vende”, le había comentado una semana atrás.

Sofía, ya se había atrevido y ya llevaba más de dos meses trabajando en esa esquina, de la calle de Romero, cerca del metro Villa de Cortés. Le había pedido permiso a la “lideresa” de las sexoservidoras de esa zona, la apodada Picuda, quien por módico diez por ciento de lo que sacara, le dijo que podía estar todo el tiempo que quisiera. “Sí, manita, aquí, entre más le chingues, más ganas”, le aseguró la Picuda, una mujer de unos cincuenta años, todavía de “buen ver”, le había comentado Sofía a Claudia.

Claudia, le había dicho que si no encontraba trabajo de mesera, lo que regularmente desempeñaba, le “entro, comadre”. Pero, por la pandemia, nada pudo hallar.

Sofía le dio unos “tips”, en vista de que ya le llevaba dos meses de “experiencia”.

“Mira, comadre, no te vayas con cualquiera, así, de esos güeyes que se vean borrachos o drogados, nada más agarra los que se vean decentes”, le recomendó. Claudia objetó que, muchas veces, los rateros se vestían de traje y toda la cosa “y te roban, comadre”. Sofía encogió los hombros, “pues sí, comadre, pero para atinarle. Mejor, no te vayas con güeyes mal vestidos, que se vea que ni se bañan… ¡ah!, pero, eso sí, que te paguen por adelantado y te los llevas al hotel que está aquí, nada de que a su casa o a su carro”.

El hotel, el Harare, era al que todas las sexoservidoras de esa calle acudían, no sólo por la cercanía, sino por protección. “¡Por si esos cabrones, se quieren pasar de pendejos!”, les había dicho la Picuda. “Los de recepción, ya nos conocen y están a las vivas, por si se quieren pasar de vergas”, les aseguró.

Por todo ello, y en vista de que ya le daba pena seguirle pidiendo a Sofía que los cincuenta, los cien pesos, para que comieran sus hijos y ella, “una sopita o huevos”, además de que ya debía tres meses de renta, Claudia, no lo pensó más.

Y empezó ese domingo, de fin de semana de quincena, que le dijo Sofía que era cuando más clientes había. “Te pones bonita, comadre, una faldita, tu blusa roja y tus zapatillas, que llevas a las fiestas, y nos venimos juntas, comadre”, le recomendó Sofía, quien usaba faldas muy cortas para trabajar.

“¡Te ves preciosa, comadre!”, exclamó Sofía, cuando la vio esa mañana, vestida tal y como le había recomendado y muy bien maquillada. Claudia se sentía algo incómoda, pues sólo en fiestas se vestía tan “provocativa”, como pensó de su atuendo. “Ya, tranquila, comadre, no pasa nada… como te dije, sólo estás vendiendo tu cuerpo”…

Y tomaron un taxi, que las llevó de la Oriental, en donde vivían, hasta Romero.

“Y siempre ponle crédito a tu cel, comadre, por si un güey se pasa de pendejo, me avisas”…

 

 

 

 

 

 

 

 

II

 

El cliente era un hombre de unos treinta años, cuando mucho.

Fue lo que le calculó Claudia.

Su piel, era muy blanca y el peinado, perfecto, pelo corto, bien acomodado hacia atrás. Su apariencia, correspondía a la de los llamados metrosexuales, esos hombres que vestían y lucían impecables.

Su traje negro, muy fino, su camisa gris, satinada, esa corbata obscura y el elegante portafolio de piel, también negro, le inspiraron la necesaria confianza a Claudia. “Seguro ha de ser un gerente de banco”, pensó ella.

El hombre se le acercó por atrás, lo que había tomado por sorpresa a Claudia.

-¿Cuánto cobras, chica? – le preguntó.

Claudia estaba estupefacta, muy nerviosa, pues no hubiera pensado que tan pronto se hiciera de cliente. Estuvo callada, por varios segundos, sin acertar qué decir.

Y, tal y como le había recomendado Sofía, le dijo que eran seiscientos pesos, media hora, más el hotel.

Pero el hombre le dijo que la necesitaba todo el día.

-¿Cuánto me cobrarías, chica? – preguntó.

-¡Ay… no sé… espérame! – respondió, mientras sacaba el celular de su bolso de mano, que era el que también llevaba a las fiestas, y le enviaba un whats a Sofía, diciéndole que el “cliente”, la quería todo el día y “que cuánto le cobro”…

“Cinco mil, comadre”, le respondió Sofía.

El hombre, notó la expresión de Claudia al leer el mensaje, pues a ella se le “hacía mucho”…

-Cinco mil – murmuró Claudia, temerosa de que ese hombre se negara.

-Hecho, chica – dijo, con mucha seguridad.

-Pero… son por adelantado – señaló Claudia, también, casi murmurando, embargada por distintas emociones: vergüenza, por estarse iniciando en esa “profesión”; sorpresa, de que ese joven, que hasta le gustó, la estuviera contratando y que hubiera accedido al precio; nerviosa, por enfrentarse ante lo desconocido, sobre todo, que, en un rato más, tuviera que desnudarse ante aquél y que también él, se desnudara… algo que, así, tan de repente, con un desconocido, pues… ¡como que estaba raro!...

Porque hacer el amor, sólo lo había hecho con sus parejas…

Pero, entonces, recordó lo que Sofía le había dicho, que solamente era su cuerpo el que iba a vender

De todos modos, razonó, no iba a ser tan fácil desligarse de su cuerpo, como si lo fuera a colocar a un lado y ella, Claudia, sólo contemplara el acto meramente sexual que llevaría a cabo con ese desconocido

Presto, el hombre sacó varios billetes de a quinientos, que llevaba en una cartera que extrajo de uno de sus bolsillos. Contó diez y se los dio a Claudia, mostrándose muy seguro, como si hubiera estado pagando por alguna cosa en una tienda.

Y la otra condición que le puso Claudia fue que irían al Harari.

-Sí, está bien… ¿cómo te llamas? – accedió también ese hombre, para beneplácito de Claudia, quien veía que se cumplía, sin problema, todo lo recomendado por Sofía.

-¿Cl… Claudia… y… tú? – respondió y preguntó, muy quedo, Claudia, todavía no muy segura de que eso que le estaba sucediendo era real.

-Emilio, a tus órdenes – le contestó él, sonriéndole.

Claudia le devolvió la sonrisa, pero no porque hubiera querido ser amable, sino debido a su nerviosismo, pues Sofía, le había recomendado que se portara seria, “no les des confiancitas”…

Le aclaró que lo del hotel, era aparte.

-¿Cuánto es? – le preguntó Emilio.

-Ah… pues no sé, es que como es toda la tarde, yo creo que es más caro, porque por media hora, cobran doscientos – aclaró ella.

-Okey, vámonos – dijo Emilio…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

III

 

El de la recepción, les cobró mil pesos por toda la tarde. “Es hasta las diez”, les aclaró.

Subieron por el elevador, hasta el tercer piso, y caminaron sobre el pasillo hasta la habitación 312.

La llave, la llevaba Claudia, quien, muy nerviosa, no podía insertarla en la cerradura.

-¿Estás nerviosa? – preguntó Emilio

-Ah… no… este… bueno, sí, un poco es que – iba a decirle que era su primera vez, pero prefirió no hacerlo, no fuera a ser que se quisiera aprovechar por ello –… no había estado tanto tiempo con alguien…

Emilio sonrió. Sus ojos claros, emanaron ternura, lo que le dio todavía más confianza a Claudia.

Abrió, por fin, la puerta.

Entró, seguida de Emilio.

-¿Quieres que tomemos algo? – preguntó Emilio, dejando su portafolio en una pequeña mesa que estaba junto a un tocador, quitándose el saco, que colgó de la silla, al lado de la mesa.

-Eh… no… bueno, un refresco…

-¿No quieres un vinito?

Recordó Claudia que Sofía le había prohibido que tomara algo, “porque no te vayan a meter alguna chingadera”…

-No… un refresco…

Emilio tomó el teléfono, apretando un botón que decía “recepción”

-¿Bueno, sí?... mire, estoy en la habitación 312, ¿tiene refrescos y cervezas?... ah, okey, tráigame una coca – volteó hacia Claudia, para preguntarle, tapando la bocina –… ¿de lata? – Claudia, asintió –… de lata, y una Modelo, por favor… gracias.

Emilio colgó el teléfono.

-Quieres que… que ¿me desvista ya? – preguntó Claudia, también muy baja su voz.

Emilio la miró, sonriendo, sus ojos, “muy lindos” – como le parecieron todavía más a Claudia – dándole, desde ese momento, plena confianza de que estaría con un hombre decente

-No, todavía no, corazón – le dijo Emilio, quien se acercó, le tomó la mano derecha y la besó, muy delicadamente…

Claudia sintió “mariposas” ante tal gesto y estuvo a punto de desmayarse, ante tantas encontradas emociones en tan poco tiempo…

Hasta pensó en que, quizá, ese sería el inicio de una nueva relación amorosa, recordando relatos de cómo clientes se habían casado con sexoservidoras.

-¿No? – insistió ella.

Emilio negó con su cabeza.

-Mira, tenemos toda la tarde… no te preocupes, Claudia

 

Más tarde, les tocaron la puerta, para entregarles, una mujer, la coca y la cerveza…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

IV

 

-Por favor, acéptalos, Claudia – le volvió a pedir Emilio.

En la cama, estaban desparramados cuatrocientos mil dólares, que el joven había sacado de su portafolio hacía un momento.

-¡No, no, no!... ¡¿cómo crees?!... ¡no quiero que me metas en problemas, no vaya ser dinero mal habido!

-Mira, de verdad, no desconfíes, no es dinero robado, ni del narco… son mis ahorros de muchos años… – le aseguró, enfático.

-¿En qué trabajas? – preguntó Claudia, quien se tranquilizó un poco, al saber eso, que Emilio le había dicho con tanta convicción.

-Soy animador de efectos especiales de películas… trabajé mucho tiempo en Estados Unidos y por eso tenía esos ahorros en dólares… de verdad, no tienes nada de qué preocuparte…

Claudia lo miraba, igual de absorta que hacía rato.

-¿Pero por qué me los quieres regalar, así, nada más?...

-Mira, te voy a ser sincero. Hace días pensé en contratar una pros… digo, una chica… porque… nunca he estado con una, para ver qué se sentía… y decidí que, si me caía bien… bueno, le daría todos mis ahorros… y dio la casualidad que te contraté a ti…

Claudia le lanzó una mirada de incredulidad:

-¿¡La casualidad de que me contrataste a mí!?... pero… no sé, eso no es casualidad… ¿no?

-¿Por qué no?

-Pues… porque… había muchas chicas, ¿no?

-Pues tú fuiste la que más me atrajo… yo creo que sí es casualidad…

Claudia lo miró, cabeceando levemente, dándole a entender que seguía sin creerle.

-Bueno, mira… como sea, ya estamos aquí y quiero, de corazón, ofrecerte todos mis ahorros…

-Pero, Emilio, no, ¿cómo crees?, no quiero verme como una aprovechada…

-¡No eres aprovechada… yo te los estoy ofreciendo… tú, ni sabías que te los iba a ofrecer!…

En eso, tenía razón Emilio, razonó Claudia. Por otro lado, se había estado portando amable hasta ese momento y ni siquiera le había pedido que se desnudara.

-Oye… ¿pero tu familia, no sé, tu esposa, tus hijos?...

Emilio volvió a sonreír. Y sus lindos ojos, a emanar ternura. Sólo negó con su cabeza.

-Mira, por favor, acéptalos, te lo pido, de verdad… voy al baño…

Emilio caminó hacia el baño, abriendo la puerta y cerrándola tras él…

Claudia, volteo a mirar todo ese dinero, regado por la cama, puro billete de a cien dólares…

De repente, pensó cómo todo ese dinero le podría ayudar a sacar adelante a sus hijos, podría poner algún negocio, comprar un terrenito, un carro… no se imaginaba cuánto sería en pesos, pero, de seguro, mucho.

Sacó su celular, se conectó a los datos del “Harari”, buscó en Google el precio del dólar, lo multiplicó por cuatrocientos mil y… ¡eran más de ocho millones de pesos!

¡La emoción la embargó!

Y sólo tenía que aceptarlos…

De repente, la comenzó a embargar una fuerte somnolencia…

¿Le pondría algo a la coca este cuate?, pensó, con algo de miedo, sobre todo, porque el sueño se incrementaba…

Pero no, pues ella misma, destapó la lata

Y a tal punto la invadió el sueño, que se dejó caer sobre la cama, al lado de todos esos billetes de a cien dólares…

Y, en un instante, se quedó profundamente dormida…

IV

 

Cuando Claudia despertó, una bolsa de papel, estaba a un lado de su cabeza.

Había una nota junto a la bolsa, que decía:

Claudia, te los dejo en

esta bolsa, para que piensen en

que es tu pan y no te los vayan a robar

Hasta ese momento, le “cayó el veinte” a Claudia, de lo que había sucedido hacía rato, que habría pensado que era parte del sueño que había tenido. Se había visto en una muy bonita casa, en medio del bosque, con sus dos hijos, los tres, muy felices. Y que había puesto un negocio de unas cabañas para turistas, a los que hacía recorridos ecológicos en un Jeep rojo…

Estaba muy extrañada, confundida…

Volvió a leer la nota y a revisar su contenido, en donde, perfectamente empacados, en varios fajos sujetados con ligas, estaban los cuatrocientos mil dólares…

Tendría que contarlos, pensó, para cerciorarse…

Aunque nunca había contado tanto dinero. “Creo que lo más que he contado, son diez mil pesos”, recordó…

Pero, sí, era cierto, Emilio le había regalado todo ese dinero. Por eso había soñado eso, pues ya sería realizable ese sueño…

 No tenía idea de qué hora sería, pero aún había luz.

Miró su reloj, eran casi las seis de la tarde.

“¿Se habrá ido?”, se preguntó.

¡Vaya primera experiencia que había tenido!

Había salido, literalmente, ilesa y… ¡millonaria!

Sí, le contaría todo a su comadre. Y hasta le daría algo de dinero, para que, también, dejara de vender su cuerpo

Todavía seguía sin creerlo. De no haber sido por la bolsa, conteniendo todos esos billetes, habría pensado que todo había sido un sueño.

“Qué chico tan raro”, pensó, pero muy agradecida de su rareza. “Ya no hay hombres así”…

En ese momento, la asaltaron las ganas de orinar, pues no lo había hecho, desde que habían entrado, hacía horas, a la habitación…

Caminó hacia el baño. Abrió la puerta, percibiendo un olor como a “perro muerto”…

Prendió la luz, pues estaba obscuro…

-¡Ayyyyyyyy! – prorrumpió Claudia un desgarrador grito, combinación de sorpresa, asco, terror…

 

Un putrefacto cadáver de un hombre, emanando un fuerte hedor, que evidenciaba varias semanas de haber fallecido, estaba tirado junto al WC, vestido, justamente, con la ropa que Emilio luciera unas horas antes…

 

FIN

 

Tenochtitlan, abril de 2021

(De la colección: cuentos de una sentada,

por pandemia)

 

 

 

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