GALARQUEÓLOGOS...Cuento por Adán Salgado

 

Ilustración: Viridiana Pichardo Jiménez

GALARQUEÓLOGOS

Por: Adán Salgado Andrade 

El comandante de la misión, el coronel marterrestre Cuauhtémoc Marclovius, de padre terrestre y madre marciana – ella, de la doscientava generación de los fundadores de la primera colonia marciana –, revisó la computadora cuántica, de última generación, marca Nopatl, que marcaba que en unas horas más, llegarían a esa zona de la Vía Láctea, justamente en el centro, marcada como fosilizada, de unos trece mil millones de años de antigüedad.

Era un viaje que se había pospuesto por muchos años, pues todo el equipo de galarqueólogos, encabezados por Marclovius, había estado más interesado en investigar otras zonas espaciales, extremadamente antiguas. Una de ellas, ubicada a unos diecisiete mil millones de años luz de la Tierra, la que había tomado dos años en llegar, empleando el sistema de traslado hiperespacial-cósmico, que usaba espirales espaciales, las cuales, saltaban las distancias físicas, viajando a través de las proyecciones hiperespaciales, que eran aplanadas en dos dimensiones, con lo cual, los años luz de distancia, tomaban sólo unas horas en ser recorridos, gracias al viaje compresobidimensional.

Muy cómodo. Las naves planodimensionales, saltaban, literalmente, los planos que creaban las espirales. Y se desplazaban usando combustible energinegro, que alimentaba a desplazadores espiroproyeccionales, de lo más nuevo en deslazamiento compresobidimensional.

Viajar físicamente, era cosa de un muy remoto pasado, como había estudiado Marclovius, en antiquísimos relatos de cómo viajaban sus antepasados terrícolas. Romántico, pero impráctico, haber viajado físicamente. Le daba risa leer que un viaje al centro de la Vía Láctea, en esos remotos tiempos, les hubiera llevado a sus antepasados ¡cuatrocientos cincuenta millones de años!

En ese momento, en menos de una semana terrestre, el viaje casi estaba completado.

 Y así, para los otros confines del universo. Los más alejados, tomaban entre uno y dos años, cuando mucho.

Por eso, desde hacía más de un siglo, cuando comenzaron a viajar así, con lo más  nuevo en tecnología de viajes al espacio exterior, la galarqueología, había recibido un verdadero gran impulso.

A sus 35 años, Marclovius ya era investigador asociado A, con Doctorado en Galarqueología, por la Universidad Marciana de Mare Thyrrhenum – uno de los treinta estados marcianos – , la más prestigiada en esa disciplina.

Habiendo vivido toda su vida en Marte, Marclovius, desde pequeño, fue ávido absorbedor de todo lo concerniente al Universo. Su padre, marticultor, le compró la enciclopedia cuántica, en donde todo el conocimiento humano, se almacenaba y se iba actualizando, con sólo pulsar update, en la pantalla holográfica que la contenía. Su madre, maestra de kínder, era también ferviente absorbedora de los cuantilibros, y tenía llena su cuantiblioteca con decenas de títulos de todo tipo de temáticas, desde literatura, pasando por física, hasta descubrimientos galarqueológicos…

Y éstos últimos, era los preferidos de Marclovius, además de la enciclopedia cuántica. A pesar de que su padre había deseado que Marclovius fuera marticultor, no, nunca se interesó en eso. “Sí, pa’, sí, yo sé que gracias a lo que hacen los marticultores, como tú,  comemos, pero, en serio, pa’, yo quiero ser galarqueólogo… déjame, ándale, sí, por favor”, recordaba cómo le rogaba a su padre.

Y le cumplió su “caprichito”, pagándole la carrera en la Universidad Marciana de Mare Tyrrhenum, en donde estudió la licenciatura, la maestría y el doctorado, a pesar de que a su padre, le había salido en un “ojo de la cara” pagarla…

Pero Cuauhtémoc padre, estaba muy orgulloso, pues ya eran varios los galardones que su hijo había recibido por sus notables investigaciones.

La mejor de todas, hasta ese momento, había sido su descubrimiento de que todos los agujeros negros, contenían energía negra, energinegra, para corto, que era un energético ampliamente usado, casi ilimitado, por tantos cientos de miles de agujeros negros, disponibles en el Universo.

Aunque, claro, como siempre, el lado obscuro de todo eso, era la contaminación negra resultante. Y los espaciovistas, era lo que criticaban, que el Universo se volvía más y más negro, con la resultante contaminación.

“Consecuencias del progreso”, suspiraba Marclovius.

Otro descubrimiento importante, había sido que más allá de los mil años luz de distancia, no existían formas de vida o, no, como podrían ser concebidas hasta entonces – a pesar de que en sus viajes, Marclovius había descubierto de todo, vida gaseosa, líquida, lumínica… aunque inferiores todas –, pues el avejentamiento universal, era algo inevitable. Estrellas nacían, morían, y dejaban vida y destrucción, durante el proceso.

Habría sido imposible para los humanos explorar los millones de objetos estelares, incluyendo las mencionadas estrellas, en sus distintas fases de existencia, planetas, cuásares, protoplanetas, exoplanetas, agujeros negros, meteoritos, galaxias… ¡labor que llevaría cientos de años terrestres, para clasificar la vastedad universal!…

Y la mayor proeza de Marclovius, había sido el descubrir que el Universo no era infinito, sino que, más allá de todo lo conocido, existía una zona vacía, ésa, sí, infinita – habían viajado por meses y nunca le hallaron el final –, de muy bajísima densidad, tanto, que tuvieron que activar el cohesiómetro, para evitar que la nave exploratoria, junto con ellos, se disgregara molecularmente. Por fortuna, con invenciones así, se podían hacer ese tipo de travesías en el infinito alto vacío.

Descubrieron, igualmente, más allá de los mil años luz, restos de cientos de civilizaciones de todo tipo, pero también, varias, dentro de los mil años luz, vivientes, que, tecnológicamente, eran inferiores a la humana.

Mas hallaron algunas, muy superiores, que resultaron inexpugnables, debido a que poseían tetradimensiones, que no podían franquearse con la tecnología humana existente y que llevaría muchos años más, quizá unos cien, estimaba Marclovius, para que pudieran acceder a esos peculiares planetas, que no respondían a ningún tipo de ley física conocida.

De donde podía, procuraba recoger especímenes vivos, siempre y cuando, sus cuantrinstumentos indicaran que eran inofensivos.

Todos, los tenía muy bien guardados y clasificados en el gran especiario, adjunto a su laboratorio, en la Universidad Marciana de Mare Tyrrhenum, gracias a que el mando marciano, le daba suficiente presupuesto para hacerlo, así como para sus incontables viajes.

Pero también, gracias a tales viajes, Marclovius, había establecido buenas relaciones con otras civilizaciones… bueno, las pacíficas, la mayoría y, gracias a ello, con algunas algo más avanzadas, habían tratados de cooperación tecnológica, muy necesaria para la evolución universal.

Gracias a esos convenios, fue posible mejorar los desplazadores espiroproyeccionales, pues los habitantes del planeta Ulón, habían desarrollado un mejor diseño.

Con los ulolitas, hacía miles de años, los terrícolas de entonces, habían tenido un grave problema, que los llevó a su extinción total, cuando aquéllos, los desintegraron masivamente. Por siglos, esos activistas ecoplanetarios, los estuvieron estudiando y se molestaron por su forma tan descuidada de tratar a la gran Tierra y su maldad intrínseca…

Pero, por fortuna, algunos humanos sobrevivieron, los mejores, pues los ulolitas, usaron filtros de desintegración, que protegerían a los mejores especímenes, en caso de que los hubiera, como así resultó.

Y se dieron cuenta esos sobrevivientes, de los errores cometidos contra la noble Tierra por sus antecesores, excesiva depredación y contaminación ambiental, así como la parte perversa del ser humano, la que fue eliminada por bioingeniería genética cerebral…

El planeta se repuso, así como las ciudades humanas, con tecnologías limpias, en lo que fue una gran renovación planetaria y humana.

 Y ya eran, desde entonces, ulolitas y terrícolas, buenos amigos y hasta aliados en la galarqueología, pues compartían descubrimientos…

Así que con varias civilizaciones planetarias, la Tierra tenía convenios de avances científicos e investigaciones.

Las formas de vida violentas, eran las menos desarrolladas tecnológicamente y, por lo mismo, habían sido neutralizadas, mediante convenios universales. Las guerras, eran cosa del remoto pasado, afortunadamente, se alegraba Marclovius.

Su labor, la consideraba necesaria. Se veía como los antiquísimos poshtecas, esos comerciantes mexicas, que representaban a la Gran Tenochtitlan, muchísimos cientos de miles de siglos terrestres atrás. Eso, lo había averiguado cuando se puso a buscar los orígenes de su nombre, Cuauhtémoc, derivado del idioma náhuatl, muy antiquísimo, igualmente, que significaba águila que cae. Supo, por esa muy profunda cuantinvestigación, que Cuauhtémoc había sido un valeroso tlatoani mexica, o sea, rey, al que unas razas invasoras de su pueblo y parásitas, habían torturado, con tal de que les revelara en dónde acumulaban oro...

“Bueno, tanto para eso”, reflexionó Marclovius, cuando se enteró de todo aquello. “Pero si el oro, ahora, se fabrica en abundancia, y se usa para envolver alimentos, por sus propiedades higiénicas”, razonó.

En fin, agradecía a sus padres, que lo hubieran bautizado con ese nombre y se sentía sumamente orgulloso de llevarlo.

“Soy rey y poshteca universal”, decía para sí mismo.

 

Luego de esas reflexiones, Marclovius checó, una vez más, los indicadores…

Sí, en diez horas, tocarían plano en ese fosilizado centro de la Vía Láctea…

-Chicas, chicos, les sugiero que duerman un poco. Yo estaré al pendiente, mientras llegamos – dijo al resto de la tripulación, seis mujeres y cuatro hombres, con los que había estado trabajando muy bien los últimos cinco años…

Contempló la enorme masa blancuzca, sin brillo, que se proyectaba en la planopantalla frontal de la nave.

-Ahí vamos, seas lo que seas – dijo, mientras tomó su tasa de café y bebió de un solo trago lo que le quedaba de su bebida favorita…

 

 

 

 

 

 

 

 

II

 

En efecto, diez horas más tarde, la nave ovoidea había planerzado, en un punto de esa vastedad fosilizada.

Perfectamente pertrechados con todo su equipo, tanto de sobrevivencia espacial – éste, que eran trajes acondicionados, para permanecer explorando durante un año terrestre, si fuera necesario, con oxígeno, humedad, temperatura ideal… la mejor tecnología de punta disponible hasta el momento –, así como de exploración.

Los vehículos exploradores, todo ambiente, podían desplazarse por aire, tierra, agua, hiperespacio – si fuera necesario –, además de que poseían otras “cosillas”, como decía Marclovius. Esas cosillas, eran todo tipo de instrumentos de medición, que podían determinar composición atómica, molecular, nucleotemperatura, química, espacial, hiperespacial, cuántica, negrocuántica, antigüedad relativa, real, ubicación universal, bases espirálicas, cósmicovariabilidad, sideralibidad…

En fin, cuanto fuera necesario para clasificar, perfectamente, cualquier objeto estelar…

Incluso, contaban con un equipo muy sofisticado – recientemente adquirido por el Alma Mater de Marclovius –, que podía recomponer la composición atómica y cuántica original, de objetos inactivos, aunque tuvieran millones de años así, como fósiles galácticos, por ejemplo.

Esa sería la primera vez que se usaría el reactivador cuanticatomicotrínico, y Marclovius estaba muy emocionado, así como el resto de la brigada.

Luego de viajar a baja altura por cientos de kilómetros, las dos naves exploratorias, pudieron posarse en una parte de tal vastedad fosilizada, que parecía estable.

Hasta donde alcanzaba la vista de Marclovius, no se le veía el final a la enorme, fosilizada masa.

-¡Seguro mide años luz de longitud, chicos. Bien, aquí tenemos fósil para rato! – exclamó Marclovius, mientas se abría la compuerta de su nave y bajaba, seguido de Sonia, Rosa, Xitlali, Pedro y Robert.

En la otra nave, habían viajado Selena, Ximena, Dionisia, John y Demetrio.

Todos caminaron hacia el espacio entre las naves.

Marclovius activó, con un control remoto, una escotilla lateral de su nave, también de forma ovoidea, como la nodriza.

De allí, bajó una especie de vehículo robotizado, equipado con lo último en tecnología, el reactivador cuanticatomicotrínico.

El vehículo-robot, comenzó a circular libremente por el sitio.

Producía ruidos y zumbidos extraños, por todos los sensores y tomadores de muestras de todo tipo, que eran examinadas al momento, con tal de determinar su composición, y qué se requeriría para revertir a la formulación cuanticoatómica original, a toda esa vastedad fosilizada.

-¡Vaya con el nuevo aparatito, doctor Marclovius! – exclamó Sonia.

-¡Sí, se ve equipadísimo! – la secundó John.

Y todos estuvieron de acuerdo en que era una maravilla tecnológica

-Sí, la verdad es que está súper chingón – dijo Marclovius, en tono de gran orgullo. Se permitía palabras altisonantes, cuando estaba contento, como en ese momento.

Le había costado varios meses, estarle pidiendo a las máximas autoridades universitarias, que tramitaran presupuesto extra para pagar los diez millones de pesdólares que se requirieron para adquirirlo.

Era lo último en tecnología de reversión atómica, fabricado por la naciente empresa Reversal Composition Systems, colaboración entre científicos de la Tierra y de los del planeta Ulón.

-Esperemos que desquite lo que nos costó – dijo Marclovius, muy expectante…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

III

 

Pasaron varias horas.

El reactivador cuanticatomicotrínico, había recorrido varios cientos de kilómetros terrestres, seguido por las naves exploratorias.

Repentinamente, se detuvo.

La pantalla que mostraba su operación, dentro de la nave de Marclovius, indicó que había ya estudiado lo suficiente la vastedad fosilizada, hecho cientos de pruebas, tomado mediciones, parámetros… y cuanto había sido necesario, como para recomponer la estructura cuántica, atómica, molecular, sideral… de ese fósil galáctico.

Hubo un detalle, que inquietó algo a Marclovius, que había determinado el reactivador cuanticatomicotrínico, que, en la estructura original, moléculas óseas habían existido.

“Eso está algo raro”, reflexionó, pues no podía ser que todo eso, tuviera elementos orgánicos.

-Miren, chicos, chicas, el aparato identificó que algunas partículas originales formaban estructuras óseas – dijo a los otros.

Y lo comunicó, por teletransmisor a la otra nave.

-Alguna contaminación, doctor, seguramente – comentó Demetrio.

-Sí, es posible – murmuró Marclovius, algo inseguro…

 

 

 

 

 

IV

 

¡Debió haber hecho caso a sus corazonadas!

Era algo en que les insistía a sus estudiantes de posgrado que, muchas veces, era mejor hacer caso a corazonadas, “aunque tengan un equipo muy avanzado”…

Pero cayó en el error que tantas veces les señalaba…

Sí, había sido todo un éxito la recomposición original de la vastedad fosilizada…

¡Pero todo un error, pues lo que se había recompuesto era nada menos que un gigantesco Negrofosaurius, una mítica criagaláxia, mitad monstruo, mitad galaxia, que nadie, ni Marclovius, hasta ese fatal momento, hubiera creído que habría existido jamás!…

¡Pero sí existió… y ya existía, gracias al reactivador cuanticatomicotrínico!...

Eran monstruosidades universales que, en los inicios de la creación del Universo, unos quince mil millones de años atrás, se habían formado, y estuvieron a punto de engullirlo por completo.

Pero gracias a que los agujeros negros, su principal alimento, por su glotonería, desaparecieron – luego, se repusieron, abundantemente –, aquellos amorfos, negros esperpentos cósmicos, dejaron de reaccionar atómicamente, o sea, murieron, si era posible usar este concepto, y pasados millones de años, se fosilizaron

¡Pero Marclovius, y su equipo, muy pendejamente, revivieron tal monstruosidad!…

-¡La cagamos! – gritó, espantadísimo.

A pesar de que intentaron huir, en segundos terrestres, los engulló, con todo y naves y junto con media Vía Láctea…

 

 

V

 

Antes de perecer, Marclovius se arrepintió de que nada se hubiera aprendido del pasado, de que por esas soberbias, supuestamente científicas, hubieran recompuesto a esa monstruosidad, que, se replicaría y, muy pronto, terminaría engullendo al vasto Universo por completo…

“¡Pero que pendejos somos!”, tristemente pensó, mientras escuchaba los gritos del resto de la tripulación, antes de que la babosa, nauseabunda negrura, los abarcara mortalmente por completo…

 

FIN

 

Tenochtitlan, 6 de diciembre del 2020

(De la colección: cuentos de una sentada)

 

 

 

 

 

 

 

 

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